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El mundo como subversión, como ruptura y como vacío en la obra de Omar Fraire

Omar Fraire pertenece a una nueva generación de creadores mexicanos que crecieron en un mundo abierto a la información y a todas las influencias, a una generación que aprendió muy pronto una lección que estaba inscrita en su propio tiempo: el mundo es muy grande para encerrarse en un jarrito de Tlaquepaque. Una generación que no arrastra más los lastres del povincianismo, ni de las rémoras de un costumbrismo ñoño que solía resolverse en un academismo acartonado y anacrónico; una generación de compositores que no le teme a la experimentación ni a las audacias, que confía en sus saberes y en sus propios instintos creativos; una generación para la que ya no es cierto que en materia de propuestas estéticas el país viva a la "penúltima moda". Estos nuevos creadores mexicanos no sólo tienen su reloj puesto a la hora del mundo, sino que se atreven a innovar y a descollar aún en medio del más radical cosmopolitismo. Son artistas que ejecutan su música lo mismo en un escenario de Amsterdam o de Colima. Paradoja mexicana: en un país donde los medios masivos de difusión se encargan de mantener a la población en un estado de analfabetismo musical, cautiva de una oferta muy raquítica, cada vez menos diversa y cada vez más previsible, se da al mismo tiempo un movimiento musical altamente creativo, audaz, de una gran riqueza experimental y complejidad expresiva en el terreno de la creación musical contemporánea.

El arte contemporáneo comenzó por deshacer, por resquebrajar la ecuación entre arte y belleza, y después entre objetos cotidianos y objetos artísticos. Esta última nota distintiva del arte de nuestro tiempo resulta fundamental para enfrentarse a las propuestas de la música experimental actual y, por supuesto, a una propuesta creativa como la de Omar Fraire. Hay en las creaciones de Omar, una suerte de poeticidad del universo sonoro de los cotidiano. No el universo sonoro de lo cotidiano en sí, sin más, sino una poeticidad de ese universo. Se trata de percibir los sonidos del universo circundante a través del asombro, a través de la ruptura de su semántica mecanizada, rutinizada, por la razón utilitaria. Se trata de encontrar lo imtempestivo dentro de lo cotidiano mismo, el milagro de la transfiguración de la realidad en una experiencia artística. Sucede un poco lo que los ready made de Duchamp, sólo existen como territorio artístico si somos capaces de generar un pensamiento nuevo, una nueva sensación, una nueva emoción, para esos objetos, de otro modo triviales y antiestéticos. Omar nos entrega música y realidad entreveradas, los sonidos prosaicos de nuestro mundo como propuesta para su transfiguración artística, objetos que se rasgan, se rompen, se distienden o eclosionan, voces dispersas, confundidas, poemas imprecisables e indecibles, silencios prolongados, angustiantes, ruidos exasperantes como metáforas de una racionalidad que tiene grietas, como miradas intempestivas al abismo o al vacío. En ocasiones el artista recrea la fuga barroca, pero transformada en otra cosa, alterada por un toque de delirio o de irrealidad. La propuesta de Omar es una propuesta llena de audacia y de coraje, la del verdadero artista que se asoma a ese pozo profundo donde el ser puede extraviarse o disolverse; se trata de una propuesta en donde el mundo de la producción y del trabajo, sin mediaciones, es decir el mundo social organizado por la racionalidad técnico burocrática, es desafiado desde el arte: basta una pequeña intervención sonora, un resquebrajamiento en el orden de lo cotidiano, una grieta en nuestras certidumbres sonoras, para que asome por esa grieta la desregulación del mundo y el rostro del caos; para que lo terrible, lo onírico y lo numinoso, reaparezcan y se apoderen de nuestras sensaciones y nuestros pensamientos. El mundo sonoro de Omar Fraire es y no es nuestra realidad inmediata y circundante. Asistimos a una experiencia creativa llevada al límite, de la imaginación y de la subversión, a una experiencia donde el orden técnico burocrático del mundo es sometido y confrontado a la experiencia del abismo, del caos primigenio, del vacío.

Eduardo Fonseca Yerena

Las texturas de la música de Omar Fraire, son frecuentemente inauditas y presentan una construcción de comportamiento enigmático.

Aunque encontremos elementos de puntuación que permitan estructurar el discurso musical (como la utilización del mismo silencio o de algunos fragmentos melódicos) percibimos también una intención de romper con retóricas tradicionales. Esta intención provoca situaciones sonoras aparentemente caóticas, en las que a menudo los sonidos son tan poco audibles que no sabemos si son reales o si los estamos imaginando. Si comúnmente encontramos "manchas sonoras", "borrones" o "rayones sonoros", en la música de Omar Ernesto hay también pasajes excepcionalmente sencillos, con sonoridades transparentes, pero con un manejo del tiempo que se aleja siempre de formulas conocidas.

Otro gran misterio en su música es entender cómo funcionan sus repeticiones, casi nunca evidentes, pero de existencia innegable. ¿Qué es lo que nos hace sentir que su música se repite y se mueve en ciclos y cómo se forman y cómo se destruyen dichos ciclos? En este proceso encontramos una transformación magistral del tiempo circular (de los ciclos y de los patrones rítmicos, que va hacia un tiempo liso (de sonidos largos y detenidos, que borran nuestra memoria), para súbitamente regresar al movimiento cíclico.


Gonzalo Macías